La Estatua fucsia de Villa Moringa.
Nadie
imaginó en Villa Moringa que la decisión de pintar la estatua del Teniente
Castillo en fucsia iba a desencadenar semejante conmoción social. Los señores
mas serios del pueblo convocaron de inmediato a una misa con el cuerpo presente
de la estatua. El viejo cura Perenciolo hizo una especie de exorcismo para
ahuyentar los malos espíritus que se posicionaron sobre la humanidad broncínea
del “Héroe de los cocoteros” durante la guerra grande. Finalmente decidieron
que la culpa era de los putos del pueblo.
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De
inmediato se convocó a una reunión en el propio atrio del templo, incluso,
según aseguraron luego, con la propia venia y simpatía del Monseñor Giménez, a la que solo tuvo acceso la gente mas
expectable de la población.
La
profesora Magdalena de la Sota Barrios fue muy clara en diagnosticar que lo que
pasaba en el pueblo es un claro ejemplo de la decadencia moral en la que iba
sumiéndose la sociedad actual. El diputado (Cnel.SR) Plurialberto Urdapilleta
fue casi paternal cuando intervino pidiendo al párroco un retiro espiritual
para los jóvenes que pintaron a “nuestro héroe” porque quizás lo que falta sea
“transmitir valores de nuestra raza”. Entre las resoluciones tomadas resaltó la
decisión de ir en procesión hasta el
monumento tras la misa del domingo “ y proceder al blanqueo, no solo del
héroe, sino de todo el perímetro de la plaza, incluyendo los arboles, en tanto
– agrega – el blanco es el símbolo de la puridad que tenemos que recuperar para
nuestra sociedad”.
Así
se hizo y la comunidad de Villa Moringa recuperó la vieja calma.