LA BALLESTA DEL FIN DE LA HISTORIA.
A
mediados de la década del sesenta, influidos por las películas de romanos y las
de caballería contra indios que pasaban semanalmente en los cines Parroquial,
Real y el de la Heladeria Laponia, se instaló la guerra de los cinco años en
Pilar. Fue el enfrentamiento de “Barrio contra Barrio” de los chicos armados
con espadas de madera, largas lanzas de tacuara, escudos de hojalata, caballos
de bibicleta y los equipos de guerra
personales propios de los guerreros: hachitas de madera, pulserotas de
cuero, honditas, cascos en algún caso, antifaces en otros.
Mi
barrio Gral Diaz, o Barrio Rosado ( nada que ver con lo que piensa, era por los
arboles quemados) era temible en las
artes de la guerra, por aquellos tiempos, mas que nada por la tenacidad y los
recursos naturales y artificiales que tenia a su servicio. Le rodeaban tanto el
rio Paraguay como el arroyo Ñeembucu, por citar dos vías de escape y escondite
rápido, pero por sobre todo tenía el “Fabrica Bajo”, o sea, el estratégico
vertedero de desechos de Manufactura de Pilar S.A una gigantesca fabrica de
tejidos.
Todas
las tardes, esta gigantesca fabrica que por entonces empleaba a 3000 obreros,
botaba a las orillas del arroyo Ñeembucu ( bah.. la contaminación no existía
por aquellos tiempos) un cargamento de embalajes, recipientes de metal,
tambores, equipos en desuso; todos ellos, reciclados, pasaban a engrosar la
infernal maquina de guerra de mi barrio. En verdad, éramos un imperio,
deberíamos confesarlo.
Se
recuerda una sola batalla perdida en toda la historia de las guerras Barrio
contra Barrio, la cual se consumó mediante dos factores determinantes: el
factor sorpresa ( la invasión fue la tarde del cumpleaños del Gordo Mendoza
cuando todos los coroneles y soldados estaban tomando chocolate y tratando de
abrir sus bolsitas de sorpresa) y , en segundo tèrmino, el volumen de los
atacantes que estuvo conformado por la asociación de tres barrios unidos, el 12
de Octubre, el San Antonio y la zona del Piso. Algunos memoriosos dicen que
hubo hasta 40 niños en aquella espectral aparición de enemigos armados con
lanzas y espadas de curupa_y.
El objetivo, entonces, fue preciso, ocupar la construcción del IPS,
que surtía a los ejércitos de mi barrio de un material de inconmensurable
valor: piedritas de canto rodado. Inexistentes en estado natural en las tierras
bajas del Ñeembucu y importadas de otras regiones solo para la construcción de
la vereda perimetral de IPS, edificio de hectárea y media.
El daño material no fue muy considerable. Se alzaron con
cuantas.. 10? 20? bolsas de piedritas, pero quedaba aun una montaña. El daño,
daño, fue el moral, anímico, para los guerreros del barrio que cuando se
enteraron del asalto fueron hasta el lugar de los hechos sin otra arma que las
cornetitas de cumpleaños que aun tenían en la mano y fueron corridos a
honditazos certeros, probando en sus espaldas el dolor de sus propias piedras
en el momento de la veloz huida.
Repuestos de este incidente, mi barrio siguió realizando
incursiones en las siestas. Siempre el principal enemigo era el Barrio San
Antonio. Portuarios ellos, diestros en el manejo de la espada, niños musculosos
y fibrosos fruto de la combinación alquímica del pira caldo y el basquetbol que
era un deporte que practicaban con los ojos cerrados.
Las contiendas eran bravas y duraban el tiempo en que las
madres de la vecindad salían a tributar sus generosos y ecuánimes cintarazos (
para los chicos invasores y para los del
barrio por igual), lo cual dispersaba a los ejércitos tras unos 10 minutos de
intenso enfrentamiento.
Nadie se explica en estos tiempos postmodernos como es
posible que los niños de esa generación sobrevivieran sin secuelas de esos
recios combates con lanzas afiladas de tacuara, dolorosas espadas de madera y
lo que era peor, la acción de la artillería de honditeros, que en ambos
contendores se mantenía a una distancia de tiro y que al comienzo y al final
del ataque provocaban estragos.
“hoy en día esto provocaría un escandalo con cobertura de la
televisión y la participación de la comisión de Derechos Humanos de las cámaras
del congreso en estos maricones tiempos “, sostiene ahora Federico Kalender,
alias Aquiles (en aquellos tiempos) actualmente Presidente de una Fundaciòn que
promueve el rescate de la artesanía en Ñanduti.
La historia de los tiempos es sabia. Construye los trebejos
de sus momentos mas portentosos con las mismas piezas; es – se diría – la misma
bisagra la que va abriendo todas las puertas. Así como hace 65 millones de
años, un gigantesco meteorito de casi 10 km de diámetro colisionó con la Tierra
a una velocidad de 50.000 km y puso fin a los dinosaurios y otras especies
reinantes; una genialidad elaborada en mi barrio acabó con el lustro de la
guerra Barrio contra barrio en Pilar.
Fue aquella vez que se publicó, a fines de 1969, el plano
para construir una ballesta en “Mecánica Popular”. Chingolo Burguez, el
Comandante Chingolo, mi hermano Mario, el camarada “Oveja” y otros miembros
connotados del ejercito del barrio Gral Diaz
se apropiaron furtivamente del ejemplar de la revista , una tarde cuando
al retornar de su empleo en el Banco de Fomento, don Ninin Dos Santos dormía la
siesta.
Expertos en temas bélicos aseguran que en la Carpinteria de
Don Papo se llegaron a fabricar 30 ballestas, otros cronistas mas serios de la
época como Papi Encina atestiguan que solo fueron 15, lo cierto es que la
incorporación de la ballesta al arsenal de mi barrio dió un giro rotundo al
arte de la guerra, provocó un dramático desbalance armamentístico y
concomitantemente - similar quizás a la irrupción de la velopoietica,
vulgarmente llamada catapulta en los ejércitos de Alejandro Magno o el
mismísimo escudo galáctico del señor Ronald Reagan- produjo la desmovilización
y el repliegue definitivo de los enemigos.
Trascurrieron cinco años otra vez para que se conociera que
las ballestas adolecían de un grave problema en la fijación de la puntería lo
cual, en la práctica, provocaría mas estragos en la población de aves que en
los enemigos combatientes.
Pero aun así, se recuerda con orgullo aun hoy, la sola
aparición de 20 de los nuestros caminando por el centro de la calle, con esas
temibles armas solamente visionadas en las películas del matiné de los
domingos, lo cual era motivo suficiente para que los chicos de los barrios mas
temibles regresaran a la calidez de sus casas, a colgar sus humildes espadas de
madera.
De vez en cuando veo fotos en feisbu del Comandante Chingolo, una de las glorias del ejercito
imperial del Barrio Gral Diaz - después cantante Pop en mi pueblo -gozando de
su adultez mayor en su cómoda casa en los suburbios de New Jersey , botando la
nieve en invierno o cenando un pavo en la noche de acción de gracias en
homenaje a la cosecha de los peregrinos en 1623. En sus ojos, sigue brillando
el alma del guerrero salvaje del barrio rosado.