Siempre quise
escribir una historia de amor pero tengo pavor a los lugares comunes, a las fichas
repetidas, a ese duende pegajoso que vive bajo los edredones de la tentación de
cualquiera que no fuera un talento relevante para escribirlas (como yo que no
tengo ese talento relevante). Me azota el miedo de zarandear ante el
malhumorado juicio de la gente que se apresura por terminar sus rutinas, que
hoy debe ir al dentista o que olvido las llaves del auto en algún lugar, la
caja de letras con las que se forman melosas prosas de gente que se ama, que es
incomprendida a consecuencia del puchero espeso de la vida. No resistiría
volver a ver mis poemas de juventud, ni los poemas de juventud con los que mi
novia de juventud me respondía. No se puede seguir castigando al mundo con las cursilerías
solo a cuenta de amar a otro ser humano. Pero igual, no debo negarlo, me muero
por escribir una puta historia de amor. Es más. Debo escribirla. Pero me
asaltan dudas. ¿cómo es una historia de amor?. O; una historia de amor es una
buena historia de amor o una mala historia de amor. Es la historia o es el amor
lo que importa?. Quizás podría hablarles de mi amigo Felipe y su novia Valeria. Valeria es una piba que
tiene todos los pinches ángeles y el aquelarre completo de la brujedad del
mundo en uno solo de sus besos de suspiro limeño. Su cuerpo es el vértigo del “Lunch
atop a skyscraper”de aquel 20 de septiembre de 1932 en el piso 69 del edificio
RCA, pero 20 pisos más arriba. Su pasión es una lengua perfumada en rosas y mil
amores, su éxtasis es la más dulce de todas muertes, desprejuiciada, sin
religiones, sin otro culto que morir en un gozo de vino y dulce de leche. Su
mirada te habla con boca, con lengua, con dientes, de palabras. Y su pequeño
abrazo ( la de la novia de Felipe) es el calor y el frio, la vibración y la
derrota, la franqueza que se te pega con dos brazos, con dos pezones, con un
pubis y con un raro olor a primavera. Pero lo mejor de la novia de Felipe es esa forma como repintó con todos los
colores de la lealtad, el estúpido rostro, antiguo, anacrónico y caracúlico de la fidelidad. Yo no sé cómo se
escribe una historia de amor. Apenas puedo hablar de lo que sé de la novia de Felipe y describirla así, sin puntos -apartes,
ni finales…
(23.10.15)