domingo, 4 de junio de 2023

Girasol ingirasol

  

Hay un girasol que estúpidamente mira a la pared y una pared, obviamente. En la ventana hay un puente de sol invasor y tangible con su cola de cometa de  polvo en suspensión y una  voz baja que se pregunta,¿por qué se me ocurre criar un girasol?.


Una hora después de insistir con escribir una historia que no terminaba de hornear, volvió a mirar a la flor de girasol recién adoptada, desgreñadita, macetita con un raro garabato inca o quizás una invocación a la era de acuario. Tiene lógica que sea esto ultimo porque la compró de Areguá. Ella, la flor de girasol, no miraba a la ventana sino se obstinaba en cabizbajear mirando a la pared.

 

, ¿ ei,  piba, que hacés mirando la pared?. Hay un sol, ahí, afuera, que te abriga, que te envuelve, que te llena de blanco en esa mañana de junio. Pero ella, la muy girasol, solo miraba a la pared. 


Una hora después caminó hasta ella y lo hizo: giró el rostro  de la flor hacia la mismísima plenitud del sol. A donde pertenece, pensó. Ahí tenés sol, capaz y no te diste cuenta, dijo en cierto tono que sonó a reproche.


Era el sol de las 10 am, humanamente imposible mirar. La dejó allí, arrollada por la luz en el rostro amarillo sol, mirando hacia el ventanal de deliberadas cortinas des-corridas mientras él bajó a tomar un desayuno. Los dejó solos. Los presentó antes: Sol, girasol, girasol, sol.


No demoró mas que 20 minutos en la mesa de la cocina. Una tostada, muy tostada, manteca, mermelada de Areguá y el café arábigo de Canindeyu. Tras enjugarse la boca y dejar que la sagrada bebida hamaque su ultimo trago en la maravillosa lengua; subió de nuevo a la biblioteca. Maldición. Se había nublado. No había sol. El pajero sol se perdió en la nubosidad durante el tiempo en que estaba desayunando. 

Y el girasol. El girasol  hundía sus ojos en los nubarrones desgraciados de otoño, oscuros como un vaso de Eiti Leda, jamás volviendo la cara hacia la lámpara encendida, por ejemplo. Siempre desolada, nunca insolada. 

Quedó mirándola con el pecho agobiado por el peso de la culpa. ¿Me perdonas? murmuró y percibió como un hombro de la girasola dijo algo así como no importa, o quizás,  olvídalo, sin dejar de mirar el afuera donde ahora lloviznaba.

 Un gusto conocerla girasol ingirasol y de aprenderla en su inmensidad, dijo con la voz tomada por la emoción. Héctor empezaba a comprender que estaba a media cuadra de ser feliz. 


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(foto) Detalle del girasol dando la espalda al sol. Gabriel Masfurroll Lacambra / GML

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