Un flor de inaperuto.


UN FLOR DE INAPERUTO.


Es dable explicar el origen de esta palabreja acuñada por Càndido Cantero, un personaje del Barrio General Dìaz de Pilar; caserío en añejas nupcias con el arroyo Ñeembucu y de amores furtivos con el río Paraguay _
Una tibia tarde de Junio sucedió lo que sucedió y ninguna historia lo recogería para la posteridad si no fuera por Pechecho Sánchez cuyo sillón de cable pretende ganar el segundo lugar del Guinnes de permanencia en la calle, al costado de Manufactura Pilar, récord cuyo liderazgo lo sostienen los sillones de mimbre de los Quintana, a cien metros del "Deportivo" y del arroyo Ñeembucu.


Voy a terminar de relatarles los antecedentes antes de entrar en tema pese a que – aclaro – entre mis objetivos del decenio me he fijado visitar a Pechecho Sanchez para indagar más sobre esta historia que deambula como un fantasma desatinado por cuanta reunión se produce en los dos hemisferios irreconciliables que dividen mi barrio: la Villa Alta y la Villa Baja, que para más datos, no tiene nada que ver con clases sociales sino con su ubicación en relaciòn al citado arroyo Ñeembucù

Por abundar en detalles y reafirmar la aclaratoria, por ejemplo: Raùl Antola, prestigioso abogado, muy ligado a la poderosa cúpula ganadera pertenece a la Villa Baja, mientras que Gonzalo Quintana, ex parlamentario no muy diestro en las artes de la acumulación tiene su casa familiar en los límites de la Villa Alta cuya línea demarcatoria constituyen las arenas eternas de la calle Mello.

Les decía que una tibia tarde de Junio; año 1978, Bartolomé Espìnola retornaba a su vivienda (Calle de la Fábrica esquina Mello, justamente), presto a recoger sus libros para encaminarse al “Comercio” (Bachillerato comercial de aquél tiempo). No tardò en distinguir antes de vadear la esquina que el humo a pucho que se percibía era el de Candido Cantero y seguro que sentado en uno de los dos sillones de Pechecho frente a la residencia de éste, y por cierto, frente a su propia casa.

Las alternativas eran : quedarse a discutir sobre polìtica con ellos – como siempre – y perder su jornada de clases – como casi siempre – o evadirlos con un saludo amable y cara de nomejodaisporquenotengotiempo.

Cuando dio la vuelta la esquina y los encontró allí se dio cuenta que la cosa era más complicada. Ambos amigos leían enormes ejemplares del diario LA NACION de Buenos Aires ( lujitos que nos dábamos en Pilar)

En realidad Pechecho sentado, con el diario sábana de LA NACION desplegado en un sillón y Candido Cantero con el suplemento econòmico idem en otro , y con la brisa encima, parecían dos veleros, la Pinta y la Niña y con viento a favor. Lo raro y atractivo de estar en posesión de un diario porteño y la seguridad de una inminente discusión es lo que hizo que el estudiante ( que debía vivir por entonces sus 24 o 25 años) decidiera quedarse con sus vecinos.

Un motivo puntual ( que me he prometido profundizar con Pechecho antes del próximo fin del mundo ) desencadenó la chispa. Seguro que el tema era político. Lo cierto es que la discusión fue subiendo de tono hacia alcanzar la estratosfera del insulto.

Vale indicar aquí como detalle útil ( e inocultable petulancia) que en mi barrio de aquel tiempo el peor leìdo se entretenía con las novelitas de expeditivo Keint Luger o el gòtico Marcial La Fuente Estefanìa , ambas plumas esclavas de la editorial Bruguera para sus novelitas de Cow Boy ; ya no hablemos del éxito editorial del Pequeño Mataburros Larousse que en este rincón de Pilar se vendió mas que el cable chato de ver televisión.

Retomemos. Bartolo tenia una perdición. Era un buceador de palabras raras, una especie de Indiana Jones del palabrerío desopilante. Y Candido Cantero lo sabía.

Las estadísticas de sus últimas cuarenta y ocho discusiones demostraban que ante la detonación de una palabra poco frecuentada Bartolo incurrìa en una exageración: abandonaba el círculo e iba a su casa a consultar el diccionario para volver con un retruque que siempre estaba provisto de una mejor aplicación del término declamado.

Pechecho Sanchez recoge y sostiene (versión Pedro Miranda 1986 y Pocho Brull 1989) que cuando la discusión estaba en su punto eruptivo y Càndido Cantero inexorablemente perdía la pulseada verbal ante el tsunami argumental de Bartolomé Espìnola; recurre èste ( Cantero) a una aviesa maniobra que si bien celebrada aun hoy como ocurrencia genial es criticada por varios preciosistas del diálogo barrial e imputada con la figura de “golpe bajo innecesario”.

“Sucede que cuando se ve perdido ( versión Arnaldo Martinucci 1991) Càndido Cantero recurre a lo único que podría salvarlo del descenso intelectual : le esputó (leyó bien, no dije espetó)una palabra imposible, indomable, inescrutable, encriptada, laberíntica, paralelepípeda. Bueno. Lo que le gritó fue : ¡ Nde niko peteì INAPERUTO!

Una escena de Fellini no hubiera retratado mejor lo que paso después.

En una palabra; se escuchó el silencio. Bartolomé Espínola contuvo su respiración por un minuto tratando de bombear aire hacia su cerebro que pugnaba por encontrar la acepción, su significado, o por lo menos un sinónimo o un antónimo aunque más no sea, para saber por donde empezar la réplica… pero nada.

En un gesto que lo retrata a cuerpo entero en su honestidad intelectual girò sobre sus talones y cruzó la calle con sonambulísticos brazos extendidos hacia el Diccionario salvador.
Cuando volvió dos minutos después para enrostrar a Cantero su trágica perversión filológica, su falacia diccionaria y en concreto la inexistencia de la palabra lanzada , Cándido Cantero -alias Ñakyrà - era un caminito de humo ya demasiado lejos, casi frente al Almacén de Doña Lika, irremediablemente lejos para la réplica reparadora.

El Barrio General Díaz no ha resuelto aun si Cándido Cantero es héroe o Villano, las opiniones están divididas como la pasión futbolística de navidad cuando en el clásico de fin de año se enfrentan Villa Alta y Villa Baja y nadie sabe al final quien ganó o fue un empate. Nadie que logró recuperarse de la resaca tuvo esa precisa, jamás. (ADS) —

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