VIDA, PASION Y MUERTE DE CIRO MARINO RODRIGUEZ.


LA VIDA, PASION Y MUERTE DE CIRO MARINO RODRIGUEZ

Muy pequeño - en el limite entre enano y petiso- Ciro Marino Rodriguez tenía una mirada de fuego que interpelaba a su paso.
Hablaba como el Jesùs de las películas recomendando, sentenciando y cuestionando. Aun siendo niño en transición a jovenzuelo, me retuvo un par de veces en alguna calle de Pilar para apuntarme con un dedo y exigirme que sea como mi padre. “Vo mita-í tenés que ser buena persona como don Ninín” y sin entibiar nada con una sonrisa, seguía camino con sus ojos grandes, encendidos y el resto de su rostro impávido. Honesto, trabajador, ciudadano ejemplar e impenitente cultor del teatro popular.
Si a Carlos Alberto Mazó lo recordaremos siempre como la figura emblemática de las letras y el teatro pilarense, dramaturgo, director y actor, al Ciro Marino Rodriguez del teatro popular, bizarro, barrial, visceralmente circense, tampoco lo olvidaremos.
Ciro Marino seleccionaba actores de su circulo de amigos, obreros, trabajadores de oficios, en los barrios. Parientes a veces. Siempre era èl mismo el guionista, director y figura central de sus puestas teatrales.
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Pero hoy, en este viernes santo quiero recordar aquella vez que Ciro Marino Rodriguez reunió a 2000 personas para presenciar su puesta teatral “Vida, Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo”, allá por 1978, en el estadio de basquetbol del club 1ero de Mayo de Pilar.
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Su versión era absolutamente vinculable al floreciente realismo mágico latinoamericano, comenzando por èl mismo, que vestido con su atuendo de tela de alpillera, barba de corcho quemado, parecía un Jesús de bolsillo, achicado quizás por la azotaina a la que le había destinado Pilatos.
El montaje consistía en el ingreso de Jesús, rumbo a la cruz por el acceso principal, puerta grande desde donde normalmente saltaban los equipos de basquetbol a la cancha.
Esa caravana del monte calvario, iba presidida por el mencionado Jesus, seguido de agresivos guardias romanos que lo castigaban todo el tiempo con unos látigos de tela de cuerina marrón y corazón de cartón, que sonaban con horrorosos chasquidos sobre el lomo del pequeño hijo de dios rumbo al Gólgota.
La comitiva estaba reforzada por todos los enemigos del Nazareno, sus amigos solidarios, los discípulos, incluyendo al propio Judas, resucitado solo a los efectos cinematográficos. Al final del rectángulo estaban las tres cruces que esperaban la crucifixión del meteórico hijo de Nazareth y los dos ladrones, el bueno y el malo.
Pero como el estadio estaba repleto, antes de empezar la obra, Ciro Marino determino que el vía crusis se haría con un “estilo vuelta olímpica”, de manera que todos los asistentes pudieran ver de cerca el sufrimiento del señor jesus, representado por èl mismo. Por lo tanto giraron por los cuatro costados del rectángulo de juego, posteriormente viborearon un poco - en el ultimo tramo- por el centro de la cancha y fueron directo hasta el aro de cemento y fibra de vidrio del sector norte, tras el cual, emplazadas en una loma se encontraban las cruces.
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Ciro Marino, sabía que era un proceso breve, sin diálogos, sin otra trama que la marcha y la crucifixión, por lo cual supo resolver el problema de la identificación de los discípulos ( que caminaban tropezando detrás de la escena principal ) con un método bastante curioso: tenían grandes carteles de cartón que colgaban de sus cuellos con sogas de ferretería. Allí se escribían sus nombres , y una frase final que sugería que tal iniciativa identificatorìa no era suya ( del director) sino de los salvajes romanos. “Pedro” - por ejemplo- y seguido de la leyenda “ Amigo del condenado”
Atrás venía sonriente, contando monedas de una sucia bolsa negra, el resistente Judas, que no necesitaba cartel alguno para recibir el abucheo e incluso algún proyectil del publico asistente. Y mientras esto sucedía, lejos del mentado arrepentimiento, se reía a carcajadas y enseñaba el dedo del medio a quienes le arrojaban, por ejemplo, un choripán a medio comer.
Era interesante esa manera como Ciro Marino Rodriguez producía el sincretismo en las representaciones, ya que los romanos que pegaban no hablaban ni en latin ni en español, sino lo hacían en jopará , gritando con energía sus consignas intimidantes, al tiempo en que castigaban las pobres espaldas del pequeño jesús.
- Eguata nde bandido..! …siga py…!! Barulaque!! ..
y volvían a pegarle y volvían a gritar ..
- ¡ pea heú reicuaa hanguá otro día! .. ¡ eguatà nde aña memby!! ( justo a èl le decían aña memby).
Por su parte Ciro no se quedaba en los simples alaridos de dolor, como en el Jesus de Gibson, o como en la semiótica mirada del nazareno de Zefirelli, sino incorporaba – fíjense que detalle – un libreto que mixturaba la ética judeocristiana del dolor con la piedad por su comunidad.
Así por ejemplo en los 28 metros del primer lateral de la cancha, iba gritando cosas así como “¡ mi dolor por el barrio San José! “ o “¡ este sacrificio es por los trabajadores de Manufactura de Pilar! “ o “ el dolor me mata pero lo hago por los obreros portuarios de mi querida comunidad! e incluso, mas lejano, en los 15 metros del lado mas breve del rectángulo, se lo escuchó gritar “ ¡ malditos romanos, me rompen la espalda, pero hoy sufro por la comisión de damas del Barrio Crucecita! ( se supo después que le fabricaron las vestimentas) o eso que generó numerosos aplausos, “ ¡soldados de Roma, mi sufrimiento en esta noche es por la selección juvenil de basquetbol que viaja al nacional de Pedro Juan Caballero !”.
Entusiasta estaba el publico que en la medida en que ese sufrimiento con dedicatorias avanzaba (e iba aludiendo alguna tecla emotiva o de proximidad) saludaba con aplausos e incluso vítores. Un detalle que paso desapercibido, salvo para la aguda percepción de mi amigo Pepín Borba, es que los vitores eran para Ciro y no para Jesús.
- “ Fuerza Ciro, Carajooooo! “ gritaba alguien de tanto en tanto, obrándose el milagro de la suplantación de popularidad que el Beatle Lennon habíase atribuido pocos años antes, con menor éxito.
No menos pintoresco era el ladrón bueno, encarnado por un gran amigo de Ciro, el conocido Juan “Nicotina”, empedernido fumador, que aceptó participar del cuadro vivo solo con la condición de no dejar de fumar durante la puesta. Así pues, mientras marchaba el doliente grupo hacia el Gólgota, metido entre las 40 personas, iba Juan Nicotina fumando su Reina Victoria, Negro y sin filtro, sin solución de continuidad.
El final era antológico. Subían a las cruces, en primer lugar a los ladrones, el bueno y el malo y luego a Jesus. La única cruz que iluminaban los reflectores ( mas por la humildad del presupuesto que por consideración estética alguna) era la de Jesús misericordioso.
Pero un detalle interesante era este: aun desde los lugares mas lejanos, se podía percibir como el rostro de uno de los ladrones se iluminaba (casi como en el versículo de la transfiguración de nuestro señor Jesus) de tanto en tanto. Era Juan Nicotina, que también había negociado con la producción que le liberaran un brazo para que su habito de fumar no se interrumpiera durante el tramite de la crucifixión, muerte y resurrección, que suponía casi unos veinte minutos en su totalidad y a veces más..
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Pero lo realmente sublime y emotivo era el cuadro final, en el que el hilván histórico universalista del libreto de Ciro Marino, se guardaba una sorpresa que yuxtaponía el cenagoso monte calvario con el agreste pináculo de gloria nacional en Cerro Corà, ya que el grito con el que concluía la obra era
- ¡Muero por mi mundo!…¡ viva la humanidad!
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EPILOGO
Muchos años después, en el 2004, reivindicando sus justos derechos laborales ( fue sindicalista también) Ciro Marino Rodriguez se crucificó en la realidad, de pies y manos clavados, frente al IPS central en Asunciòn. Consiguió luego de esta medida una pensión. Según recoge la prensa de esos días.
Cariño eterno al recuerdo de este pequeño gigante.-

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