Viste que en el pueblo siempre hay uno?. Un chico que estaba bien y de pronto, zás, alguna razón increíble le saca la razón. De esos que – cuando te preguntan – decís “ no está bien” y no decis se volvió loco, porque de alguna manera confias en que el futuro le deparará algún suceso mágico ( un golpe dicen algunos, un susto decían otros) que le recuperará la razón.
Bueno, así era Cápila. Unos 22 años, metro ochenta, fuerte como él solo, rubio medio “acolorado”, nervioso, intenso y con un discurso de odio contra la sociedad que se encargaba de vociferar al finalizar las misas del domingo, en las plazas, a la salida del cine o en los encuentros de futbol. Cápila puteaba contra la sociedad desde aquel día en que dejó el primer año de la facultad y se puso así.
Dormía en la terminal donde con frecuencia, a consecuencia de su electrizante mal humor se trenzaba en discusiones y hasta forcejeos con los pasajeros, nunca con los guardas que le arrojaban unas monedas para el plato del día.
Fue en aquel “SANJUANAZO” de mi colegio que se nos ocurrió tan trágica idea.
¿ Viste que con la fiesta de San Juan seguís juntando plata para tu dichoso viaje de egresados?. Bueno. Pero además no era un Sanjuanazo cualquiera porque también habíamos traído a un mago famoso de la televisión que haría sus artes y como si todo eso fuera poco se nos ocurrió que no estaba mal que la Miss Paraguay - que era del pueblo- viniera acompañada de las Damas del Costurero del Sagrado Cuenco Bendito de la Virgen de Siracusa quienes iban a estar a cargo de preparar el mbeyú.
Ya a último momento el hijo del Intendente - que también era nuestro compañero - nos anunció que su padre invitaría a una delegación de excombatientes, muchos de ellos ya en sillas de ruedas y le pediría al Obispo que esa noche cenaría en su casa familiar que pasara por un rato hasta la celebración acompañándolo al lord mayor. Cada dato que se sumaba era importante porque contábamos en la radio y – ya saben- en los pueblos la gente estira a la gente y esa noche iba a sumarse una multitud importante.
La idea que se nos ocurrió fue que una vez que se hiciera la ceremonia del Tatapyi ari jehasá y se produjera la implosión del Judas Kai íbamos a equipar al mismísimo Cápila con los atuendos de cuero del toro Candil y una vez entorchado y ardiente le pediríamos que se ocupe de correr por el centro de la cancha de futbol de salón – donde desarrollábamos el evento – y tras aproximarse un poco a la gente, nunca a menos de dos metros, regrese a donde estábamos, detrás de los baños.
Para que pa.
Llegada la hora, ya nos parecía muy nervioso el cápila ( algunos dicen que cuando le íbamos colocándo el uniforme de vaca ya estaba maldiciendo en voz baja ) pero la cosa estaba muy animada y todo el mundo con excelente humor así que, Zas!!, lo soltamos al Cápila y su cuerno que ardía por todos los costados.
No te quiero contar lo que fue eso porque – en primer lugar – el desgraciado nunca siguió nuestras indicaciones. No pasaba a metros de la gente como le pedimos, sino, en términos futbolísticos, iba al cuerpo digamos.
La primera victima fue la Miss Paraguay a la que zarandeó de una cornada y la plantó en medio de la pista. El siguió luego con la corona dorada de la Miss atorada en la guampa.
De allí fue en un santiamén, gritando cosas contra la sociedad, hasta el sitio donde las viejas de la Comisión ésta de nombre largo preparaban el Mbeyú y las dejó como cuando pasa un huracán allá por California.
Cápila gritaba desaforadamente y seguía con sus astas ardientes atropellando a la gente y abriéndose rumbos en la multitud. De pronto volvió al centro y esta vez se fue derecho al obispo, che. No saben lo que fue el santiguamiento generalizado que hicieron las señoras mayores cuando vieron esa cinematográfica imagen del cura horrorizado por la inminencia de la embestida mostrándole su crucifijo al engendro que enderechaba hacia él. Nadie sabe cómo es que la mitad de la falda del Obispo se atoró en el armaje del toro candil que pocos metros más allá ya era un toro candil con cierto porte de cardenal gordo yéndose hacia otro multitudinario sector.
En vano la gente corría y vociferaba porque eso ponía aún más furioso al pobre Cápila que – sin embargo – se detuvo por un momento ante el monolito al Mcal Lopez, resopló un poco y lejos de dar por concluida su misión torocandilistica arrancó con otra vuelta.
Para entonces había llegado ya al lugar una dotación del cuerpo de bomberos de la comunidad que en una intrépida maniobra logró desplegar en medio de la multitud enloquecida su larga manguera alimentada desde la calle por el camión cisterna, donación del Club de Leones del pueblo. Los valientes vestidos de amarillo mugriento ( emblemático uniforme bomberil) se instalaron como una muralla sobre la medialuna de defensa de la cancha de futbol de salón del lado norte enfrentados al toro candil.
Cápila ardía y resoplaba a unos metros del arco del lado sur y sus ojos destellaban como brasas mientras observaba en silencio la dotación de los bomberos prestos a rociarlo y acabar con su trágico arrebato. De las graderías éste se vió saltando al sacristán, preso de miedo, y dirigirse hacia los bomberos con una ramita y un botellón de agua bendita, enviado por el Obispo ( refugiado ahora en la Cantina) para proceder a transformar el agua de Corposana en agua bendita, seguros que con tal procedimiento la neutralización del toro candil sería mucho más efectiva.
De pronto, como en un duelo de las películas de western spaguetti, se hizo el silencio. Benito Burguez que lideraba el cuerpo de Bomberos temblaba con el pico de cobre de la manguera sostenida como una metralleta. Bastó que el toro candil hiciera un mínimo movimiento para que las señoras lanzaran alaridos salpicados de bendiciones para los bomberos. Benito hizo lo que debía: empezó a cantar Patria Querida. Fue el Patria Querida más cagado en las patas que yo recuerdo en mi vida.
No tardó 30 segundos en arrancar el toro candil hacia ese conjunto de hombres arrugados sobre sí mismos y disparando su primer chorro de agua. Nuestro compañero Chicho Vazquez apostador impenitente me codeó a 50 metros y me dijo: cien-í a que no llega. Una décima de segundos después ( no era fácil ver por sobre el enorme chorro de agua que se desplegaba) se escuchó un ruido fuerte de personas atropelladas. Cuando el agua se apagó, se pudo apreciar a los seis bomberos metidos en el arco y al fondo a Capila corriendo, riendo a carcajadas y nadie sabe cómo conservando esos cuernos encendidos.
Su regreso a la pista fue brutal. Venía corriéndolo al intendente que a su vez empujaba la silla de ruedas de un ex combatiente tratando de salvar a este testimonio vivo del valor de nuestra raza de tan irracional enemigo. Alguien altruista gritó: “ ¡con nuestros héroes no, carajo! “, y el Capila se detuvo a mirar hacia ese sector, che. Todo el mundo se quedó mudo y de a poco iban haciendo con la mano el gesto de “yo no fui” indecorosamente cobarde.
Pero algo sucedió porque Capila se dirigió al centro de la cancha, se sacó la cabeza de vaca ardiente, cruzo sus piernas en saludo artístico y dijo en correcto español , muy correcto para ser un Toro Candil.
- Muchas gracias…!
Y vos no me vas a creer si te digo que la gente aplaudió, che. Si. Aplaudió
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