viernes, 30 de mayo de 2014

LA CIUDADELA DEL CORONEL CUEVAS.





El Coronel Cuevas subió a lo alto de la colina y con voz estentórea dijo – ¡aquí!. 
De inmediato llegaron las máquinas que abrieron las calles y los obreros que construyeron las viviendas.

Tres meses después la ciudadela estaba lista. En la inauguración sonaba un mariachis con “Yo sigo siendo el Rey” y luego, emocionado pero sin llorar ni demostrarlo, el Coronel Cuevas trepó al escenario y anunció: “hoy empieza la historia de la primera comunidad del mundo habitada solo por hombres y nuestras inseparables criaturas de compañía, las mujeres. Esta ciudadela – añadió con el aplauso de todos – es el primer territorio libre de putos del universo!”.

El cura Gervasio, bendijo el pueblo, con el interesante detalle de una hoja de parra como herramienta de aspersión del liquido bendito. “ Se reata el hilo de la historia bíblica “ se le escuchó decir, añadiendo que “ posiblemente nosotros salvaremos al mundo de la maldición de su holocausto con el meteorito “Ajenjo” que ya enfilaba hacia nuestra tierra.
¡ Detened oh Dios vuestra furia divina!”.
- Queasisea- gritaron al unísono.

Con el correr de los años, la calma histórica retornó a la comunidad.
La odiosa cuestión de la discriminación, tan enarbolada por los pueblos libertinos, pasó a llamarse “corrección comunitaria”; los minusválidos volvieron a las siempre acogedoras piecitas del fondo, los hombres del pueblo retornaron a la honorable práctica de los hijos de familia y los hijos naturales y siempre había suficiente leña para ignorantes de la ley de Dios, mujeres promiscuas, endemoniados y putos que pudieran nacer.
Las mujeres renunciaron a su derecho al voto- esa burda experiencia mundana de sacar a las varonas de la cocina - que solo sirvió para procrear lesbianas por todas partes.

Los curas volvieron a tener sobrinos, los niños volvieron a respetar la siesta, los jóvenes ya no respondían a sus padres, se canceló por decreto el demonio del internet ; los derechos humanos eran, apenas, una hedionda cicatriz del deplorable mundo entregado al pecado.

Las mujeres procrearon, cocinaron y rezaron; en sus pocos ratos libres se reunían con otras mujeres casadas a conversar sobre sus empleadas y los hombres reasumieron la dignidad del trabajo, los asuntos políticos y dedicaron sus ratos libres al sano esparcimiento - para adultos- en discretos templos de meretrices a extramuros.

La vida volvió a la santidad, la sumisión y al temor de Dios; y nunca mas la varonil fragancia de los sobacos fue combatida de nuevo por ningún maricón desodorante en aerosol.


Treinta años después, en su lecho de muerte, el padre fundador, el Coronel Cuevas, delirando de fiebre - y apartando con un gesto a su desconsolada esposa Josefina- convocó al inseparable ayudante, el Teniente Antonio y tomándolo de la mano, susurró con agónica dulzura:
- “ Tony, nunca dejes que derriben el eucaliptus donde tallamos nuestros nombres”.

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