lunes, 20 de mayo de 2013

Don Pereira, un señor que dolía mucho.




Don Pereira, un señor que dolía mucho.



Nadie escuchó hablar a don Pereira. Salvo dos palabras. Eso sí, silbaba, silbaba entre dientes, suavecito pero sostenido; no silbaba para llamar a nadie, capaz era  tímid, pero no lo haría aun si estuviera en apuros, silbaba para escucharse, silbido de ciego sería.
Don Pereira lucía una impecable chaqueta blanca, pantalones grises y una cartera de cuerina negra que aferraba bajo el brazo en sus paseos por las calles de mi pueblo.

Vivía en una casa de frente de azotea y muro gris en el Barrio San Antonio. Los niños que alguna vez fuimos a recibir sus servicios en su casa pudimos ver su decorosa pobreza y su impecable orden. Sobre una mesa de mantel blanco, había un reloj despertador y un cuaderno “Adelante” donde había una lista de niños con direcciones anotada en lápiz y horarios puestos en birome de trazo rojo.

Algunos niños del barrio General Díaz creían que el silbido de don Pereira aplacaba y silenciaba a los perros. “Los perros no ladran cuando pasa don Pereira” aventurò a decir “Urticaria” Mendieta, el hijo de don Ruperto, sereno de la fàbrica.

Don Pereira caminaba al mediodía y a la medianoche, al amanecer y al ocaso con sus mismos pasos sostenidos, ni lentos ni ligeros, sin girar el rostro, solo silbando y agachando levemente la cabeza morocha -pelo negro indeleble con el paso de los años - cuando debía saludar a los vecinos. Era inmutable, serio, no llegaba a desatento ni a “avá” solo por ese tenue saludo. “Es un inglès mbya” decía mi Papà que sabía ponerle apodos a la gente.

Le tenían mucho respeto nuestros padres. Nosotros le teníamos un sordo pavor.
Cuando llegaba a casa , uno generalmente estaba en la habitación contigua a la sala, en cama y con fiebre y solo escuchabas a tu mamà que decía: Viejo, llegó don Pereira.

Entonces empezabas a seguir toda la escena por los mismos ruidos repetidos de siempre de don Pereira. El silbido que cesaba en la puerta, su saludo levísimo, el “pase don Pereira” del papà de uno. Luego escuchabas la cremallera de la cartera negra, el ruido de las botellitas…allí volvía durante algunos segundos el silbido entre dientes, luego un carraspeo, luego el silbido, luego escuchabas el sonido metálico de los recipientes de hervir el agua, la fricciòn del fosforo, el sofocón del alcohol al encenderse.

Aunque tus viejos estuvieran allì don Pereira no decía palabra, ni del tiempo hablaba don Pereira che. Luego volvía a cesar el silbido, solo para escuchar una sierrita degollando la ampolla del polvo de penicilina. Luego el ruido de la jeringa metálica y las agujas emergiendo de su hervor desinfectante.


Cuando ya te dolía las nalgas era cuando escuchabas la única expresión conocida de don Pereira:
-       ¿Por donde?
Y es entonces cuando los traidores de tus viejos lo traían a la habitación donde vos ya estabas boca abajo y esperando. El frío del alcohol mentiroso untándose en la zona del desastre era la siguiente sensación, luego el ultimo carraspeo y antes que èste termine, el pinchazo.

Era un mago, su pinchazo dolía mas mentalmente que en la realidad. Antes de incorporarse hacía su único gesto humanista, te tocaba la cabeza casi como una caricia y decía algo que ninguno de los chicos del barrio consultados supo desentrañar nunca.
Luego escuchabas que lo despedían y tu  mamà decía algo como
-       A las 5 de nuevo don Pereira?
Y “ así es” era todo lo que decía este hombre.

Julio Centuriòn, una de las mejores voces del rock pilarense, dijo muchos años mas tarde, recordándolo,  “ don Pereira era un señor que dolía mucho”. Y tenía razón.-

20-05.13

No hay comentarios:

Publicar un comentario

TODO LO QUE SE PUEDE VER DURANTE UN SEMAFORO EN ROJO AMANECIENDO AL DIA SIGUIENTE DE LA NOCHE DE BRUJAS

  Dos nubes negras, las únicas, empujan al sol y amanece. Las aves que se escuchan por las ventanas abiertas del automóvil, en la desierta a...