domingo, 26 de mayo de 2013

LOS POLLOS DE JAPON


A 30 años de la inundación de mi pueblo. ( Una historia real contaminada de ficción)


LOS POLLOS DE JAPON.

Es mentira ( y pasa de la consideración que peca de minimalista a la falta de sentido critico en el juzgamiento de las historias ) creer que la principal anécdota en la vida del “Japo” fue aquella cuando atrapo entre las dentelladas sonoras de sus platillos charleston y le pegò un palillazo en los nudillos al pobre Nene Cucú.

Baterista como era y líder de un grupo de Rock, en Pilar, durante cada actuación debía soportar la irrupción del Nene Cucú, un personaje del pueblo que merecería un cuento completo, quien sabia ponerse entre el baterista y el publico , extendiendo su diestra con su tradicional gesto de manguear un cigarrillo y no se iba hasta lograrlo.

Una noche de esas fue que el Japonés cazó los dedos del Nene entre los platillos y al mismo tiempo le asestó un golpe de palillo tan sonoro y doloroso que decí que era en medio de una canción pesada de Vox Dei cuando dice…¡ cuanta veeeeeeeerdaaaad hay en vivirrrr solameeeeeenteeee..” y que el Corcho y Palito lo cantaban duro y en dúo, que , por eso, nadie escuchó el alarido del Nene.

Tampoco es la anécdota mas notoria aquella, sobre la que él mismo se vanagloriaba, de haber dedicado cinco años de su vida a evitar que su hermano, -una especie de Presley de Pilar- Chingolo Burgués, se quemara el pecho con el ultimo cigarrillo que fumaba cada noche, ya en la cama.

El Japo aduce que sufría de insomnio porque debía quedar despierto hasta que el edificio de ceniza del ultimo cigarrillo amenazara con derrumbarse, cuando con toda delicadeza le retiraba el pucho de entre los dedos del hermano y por fin podía dormir. Salvo que Chingolo se despertara durante la operación, lo cual suponía que debía prender un nuevo faso para reintentar dormir y el Japo de nuevo quedaba sentado esperando retirarlo de entre sus dedos y rogando que no despierte de nuevo. Una vez se repitió esa operación 12 veces en una sola noche, recordó un día en lo del basquetbolista y almacenero “Pato Ganso”.

En realidad la anécdota mas importante del Japonés Burgués fue aquella de la inundación. 1983. La vez que vivieron durante un mes sobre el techo de la casa de su cuñado Monzón.

Las aguas del rio Paraguay y el Arroyo Ñeembucu habían inundado Pilar, una belleza de lugar allà en el sur. Mucha, mucha gente - casi toda - había tomado sus cosas imprescindibles y rumbeado hacia Asunción y otras regiones, buscando el refugio de un pariente, de amigos , o un alquiler para dejar que pase el tiempo y las aguas para el inexorable volver.

Pero por distintas razones, unas atribuibles al apego y otras a alguna razón imperiosa, algunos pilarenses debieron quedarse a vivir en esas “tierras” ( valga el entrecomillado) que ahora eran “aguas”. Nadie supo nunca a cual de esas razones respondía “el quedarse” de Japonès, pero era lógico que un tipo como èl no iba a moverse de Pilar en esas circunstancias…quien iba a contarlo después.

Ese es el merito de Japon, Japones, Japo, para sus amigos. Su sempiterna calidad para construir de historias nimias un gigantesco relato en el que cabían el Comisario de Loma Clavel, la pendeja de Gral Diaz que persiguió a Palito para “chupar tereré”, Boris Karloff, el arquero Zoquete Mora, la vasija de Tutankamon, la parrilla de Carrasco y el ratón Jerry, con una naturalidad que el Gabo exploraría mejor en algunos cuentos, en algunos.

Pero volviendo al curso de la historia, y al curso del rio que decidió tragarse nuestro pueblo por una buena temporada: apenas declarada la derrota de los muros el Japonès anunció que no se movía nada de Pilar y que montaría una carpa en la “losa” del techo del cuñado Monzòn.

Así fue. Cargaron 5 bolsas de galleta sin grasa ( el cuñado era panadero) y se pusieron arriba con una dotación de 10 cajas grandes de picadillo, vaca-í, dos buenos reeles y la ultima lata de seboí hú de la ultima incursión pescadora. O sea, la presunción del Japones era que los dorados y surubies iban a pasear por la calle Catorce luego hacer un giro ( “incluso a contramano, ojo, eh?” Diría luego con su consabida acidez el Pato Ganso), tomaría la Av. Antequera, hasta pasar en cardumen urbano frente a su casa. Cosas del Japo.

El agua cubría las ventanas de las casas de la vecindad, quedaban en superficie los frentes superiores de azotea y los techos, naturalmente.
Al segundo día él y su cuñado empezaron a sospechar que la hipótesis de la pesca prodigiosa era pura paja. Encima húmeda, agregaría sin tanta imaginación.

Pero no estaban solos en ese lote. Habían dos limoneros alrededor de la casa. Conservaban el verdor en sus pocas hojas sobrevivientes del otoño y de sus ramas colgaban…siete gallinas. En verdad eran una veintena, pero varias no alcanzaron a avivarse cuando la correntada ganó el patio.

Al tercer día, cuando el picadillo al pan ya era bastante previsible en la dieta de los Burguez-Monzón y el gusto a carne conservada se impregnaba de todas sus conversaciones, fue aquel tercer día cuando Japonès se puso a observar a sus pollos trepados en las ramas.

Advirtiò que no quedaban siete, “eran seis nomàs ya”. Y que la debilidad iba tumbando a las gallinas en la medida en que pasaban los días: Las que ya no aguantaban la debilidad, caían y quedaban flotando un rato en el patio y seguramente devoradas luego por otras bestias como un perro desesperado, un par de monos que moraban en el aguacate del fondo que, quien sabe de donde habían llegado, o quizás el mismísimo – diosnosguarde- el mismísimo Manati que rondó durante una semana la ciudad inundada y se fugó luego de ser descubierto.


Lo que hizo Japonès fué habilitar una planilla, plancheta y hoja de diseños, y con un lápiz bicolor de carpintero, fue individualizando y numerando las seis gallinas restantes. En el inventario incluyó muy prolijamente, dibujos de ellas, el estado físico, e incluso el anímico eh?, ( la mbataraza tiende a dormirse mucho y un viento la puede tumbar..” se encontró en una de sus anotaciones. “la aká botó sigue caminando, el peligro es que se resbale de una de las ramas ..” decía otra).

Recordó unas charlas con Benito Almeida, sobre el biorritmo, que venía en la edición de Diciembre de Radiolandia y trató de utilizar toda esa experiencia también en su catalogo buscando desentrañar un misterio que – según confesó años después – pasaba a ser un dato de vida o muerte, no tanto para los pollos como para ellos mismos: necesitaban saber con precisión cual sería el próximo pollo en caer del limonero.

Si lograban determinar con precisión tenían resuelta una parte importante del problema alimenticio. Como no tenían heladera, los pollos vivos se conservaban solos y - escribió en su bitácora del Techo Seco - “ la gallina a comer era aquella que decidió morir porque ya no podía resistir. Además era una cosa ética para nosotros, de alguna manera los poyos ( poyos, escribía Japonés) eran nuestros hermanos en la desgracia y forzando la comparación – añadió – capaz que nosotros nos moríamos y ellos nos comían.”. Al pie de la pagina puso una anotación que pinta de cuerpo entero la gravedad del sino cruel que los acongojaba. “esto se parece un poco a los puntos estos que se hicieron puré en la montaña esa, de Himalaya era?. Medio como eso ès.”

Gracias a esta tarea, muy digna de los naturalistas exploradores de los siglos 17 al 19, es que lograron sobrevivir con dignidad Burguez y su cuñado Monzòn, es màs, cuando vos ves los apuntes de Humboldt o los dibujos del vivario de Darwin y lo comparás con el cuaderno de diseños Michelangelo que usò Japonès para describir el comportamiento de sus gallinas en la inundación de Pilar, no salìs a decir ..Ohhh que diferencias hay entre aquello y ésto.
Bueno, sigamos.

Japonès perfeccionò tanto el sistema que para el segundo día de la observación, trazò con el lado rojo de su lapicito de carpintero un corta-aguas (pucha que ironía) marginal en el que apuntò:

“ creo que estamos ya en condiciones de definir un futurible para cada uno de los poyos”.

Asi fue como, del pan con picadillos o Vaca-í, la dieta, paso a ser de guiso de arroz con gallina, pal mediodía y sopa de gallina pa la noche, y así, otras combinaciones. Una gallina duraba, por cierto, un par de días, con buena sal y el fresquete de un otoño-invierno conservado en agua.

La radio decía que la inundación iría cediendo en una semana. Pero el olor al caldo de gallina y los guisos que se mandaban por esos días, había generado un enemigo imprevisto. Japones asegura que unos vecinos del Barrio General Diaz, viejos piratas del “Fabrica Bajo”, habían pasado - navegando a camalote - a bordo de una vieja y gigantesca tina ,que algunos atribuían pertenecer al viejo Alberzoni, en actitud - por lo menos - sospechosa. Iban mirando fijamente, no tanto el campamento del techo, como el limonero con sus 5 pollos sobrevivientes.

No había leído a Barret y su cuento “Las Gallinas”, pero el problema de la propiedad y del “ser propietario” se había incluído imprevistamente en el continente de sus tribulaciones de sobreviviente.

Fue cuando al grito de “Hombre al agua”, Japo se lanzò a rescatar una vieja cubierta de tractor del abandonado patio vecino, le agregó unos tablones en el medio, lo puso a flote, y lo estacionò frente a la casa, amarrándola desde el techo. “Estamos listos para defender nuestra soberanía “ dijo mas tarde.

Transcurrieron los días, y todo siguió funcionando a la perfección. Gallina que empezaba con los “chuchos de la muerte” ( asi alcanza a describir en su “Bitacora del Techo seco”) era bajada y degollada antes de llegar siquiera a la muerte cerebral, digamos, y en dos horas era guiso o carne que se guardaba, salada, para un par de días.

La inundación se fue y tras ella empezó a recobrarse la normalidad. Vos le ves hoy a Japones, tocando la batería en su nuevo grupo y no vas a decir nunca “ ese que ves allí fue un biólogo de la gran siete en mayo del 83”, porque no te lo van a creer. Salvo que le preguntes al Pato Ganso.-

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