EL DIA QUE ME MORI
Un homenaje a Mamà.
Mama tuvo la culpa. Yo era el hijo menor, el consagrado de los mimos y un día de reyes insistí que quería una de dos, o un traje de Batman o uno del Zorro.
Me gustaba Batman porque era el único superhéroe que arreglaba las cosas a los puños, no tenia poderes extraordinarios pero tenia un auto fantástico. Robin me era indiferente, pese a lo que 40 años después se supo de ambos. Picarones.
Pero finalmente el traje que llego fue el de “El Zorro” incluyendo una espada colonial española autentica – de juguete – que luego los vecinos del barrio lograron replicar con unos filos de tacuara y el cubrepuños de tapa de dulce de duraznos que “andaba” lo mismo, aunque con cierta regularidad debían ir hasta “Previsiòn” (IPS) a suturarse parte del brazo propio o acompañar la sutura de alguno ajeno.
Lo cierto es que estuve muy contento con mi traje del Zorro ese día. Las primeras horas fue de mirarme al espejo y enseñar a los mas próximos de la casa. Ah. Venia con un guante también. Chusco era.
Serian las 09 de la mañana cuando desde la ventana observé que la calle ya era una concentración importante de vecinitos con sus respetivos regalos: la mayor parte de ellos camioncitos, alguna pelota, un triciclo y alguien con una pistola rara que diez años después descubrirían los técnicos de efectos especiales de “Star Wars” para el cine.
Fue entonces cuando hice aquella aparición, al grito de “ Taaaaan taaaaaaaannn” y me arroje desde la ventana. Tuve tiempo incluso de controlar durante una millonésima de segundo si la capa brillante de satèn negra se desplegaba tan espectacular como me planteaba. Cuando me puse feliz porque era así, mi nariz ya había pegado en el piso, pero igual me repuse, recupere la espada y no me detuve ni a llorar ni a reparar siquiera en el hilo de sangre que empezaba a brotar de la rodilla que oficio de paracaídas.
Pantaloncito corto, negro, camisa abotonada hasta el cuello, negra como la noche, con la Z bordada en el bolsillo izquierdo, capa, antifaz y hasta el bigotito prolijo de Guy Williams que mi viejo, don Ninìn me había pintado con la prolijidad y oficio para la exactitud, de quien sabia ser Contable del BNF y caricaturista a la vez.
Por un momento reinó el silencio en los vecinitos y fueron los segundos de gloria que toda la alfombra roja de 70 veces 7 Cajas no me hubiera ofrecido jamàs.
Veinte minutos después, cuando al gordo Salomòn empezaron a gritarle “Sargento Garcia” por mi culpa tuve que retornar a mi casa, un poco porque el impacto emocional terminó y otro poco porque el gordo Salomòn se acercò subrepticiamente y me dijo : “ si no te vás te cago a patadas”. Y bue..tampoco era cosa de poner en juego el prestigio de uno en un día tan importante.
Cuando regresé a mi casa fue que paso lo que pasó.
Al reingresar por la ventana se me ocurrió que esa rodilla necesitaba el inefable "mercurio de cromo", y era bueno ponerse antes que los viejos descubran la herida porque el procedimiento progenitor ante tales evidencias era siempre empezar con el alcohol rectificado y nada estaba mas lejos de mi amor propio de super héroe que permitir que mis vecinitos y mucho menos el gordo Salomon, me escucharan chillar por el picor de ese horrible desinfectante. La idea era pues adelantarse con el rojo remedio indoloro.
Pero cuando ya estaba allí, frente al botiquín se me ocurrió doblar la apuesta de la ficción. No iba a ser un esfuerzo de producción muy grande volver a salir a la calle, instalar la espada entre mi pecho y el brazo, como que estuviera clavada, la camisa abierta y un manchón de sangre postiza, mercurio cromo mediante, bañándome el pecho. ¡Brillante!.
Robe el mercuro cromo del botiquín y sali hasta el portón, observe de nuevo a los chicos jugando, me desabotoné la camisa, derramé todo el frasco sobre el pecho, me tiré a piso sosteniendo la espada clavada entre el pecho y el brazo y exclamè a voz de cuello:
- Me hirieron.. Maldiciòn…!
Antes que el Sargento Garcia y los demás repararan en tan impactante montaje mi madre, que había escuchado el clamor, ya se dirigía a la calle con un alarido de desesperación.
Mire para el otro lado y los chicos empezaban a venirse presurosos a ver la escena, del otro mi madre corría hacia aquí. ¿qué haría?. ¿Sostendrìa un rato mas la agonía en homenaje al espectáculo o me incorporarìa para la tranquilidad maternal?.
El cine pudo más.
Llegaron todos a escena al mismo tiempo y al mismo tiempo todos advirtieron que era un burdo montaje.
A mis amiguitos le gusto mucho.
A mamá…. Bueno.
No ligué porque era el día de Reyes y porque era el menor, el consentido.
Y porque a mi viejo le encantaban esas cosas y cuando quedábamos solos me iba a felicitar.
Un homenaje a Mama por estos días que se recuerda el día de ellas y tuvieron que soportarnos tantas cosas. Un beso a donde estàs doña Justita
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