martes, 2 de julio de 2024

MUSICA DE TARDECITA

MUSICA DE TARDECITA

Cerca de mi casa hay un parque.En el parque - fuí a verlo - hay tres hamacas. Desde que me mudé a esa zona y paso por allí esperaba una magia que no se producía: que coincidiera el chillar de los eslabones de la cadena que sostiene el asientito de madera con la salida de los niños de la escuela.

Es...lo que sucedía siempre, en toda la historia de la relación de nuestra niñez con ese acontecimiento jubiloso, tan solo comparable con la vacaciones de quince como es LA SALIDA.

(Por algún motivo, quizás una incipiente consciencia de la transgresión era que las vacaciones de quince te ponían mas felices que las enormes vacaciones de tres meses. Por eso era que te resistías a producir los infames deberes con los que te enchufaba la insufrible maestra de matemáticas hasta la tarde del domingo previo al lunes del regreso. Aunque no faltaba el prolijo de la cuadra que en el primer futbolito 

de vacaciones te decía al respecto de tales deberes - " ya los termine" con aire de sobrador, 16 horas después de declarada las vacas. Habia que ser carnero.)
Volvamos a la hamaca. De tanto no escuchar que se cerrara el circuito: salida de alumnos- sonido de las hamacas me instalé in situ tres semanas después a ver que ocurría. Esperé en el auto, con el motor encendido, como en una novela de espías en el angulo exacto en el que se podía apreciar a los niños viniendo y la esquina del parque con las hamaquitas en oferta. 

Lo que sucedió me dejó desconcertado. Primero porque advertí que no gritaban tan electrizadamente como en nuestros tiempos al sentir en sus rostros el aire de la libertad de extramuros. En segundo lugar porque todos transcurrian por la calle del parque sin mirar esas hamacas.

Bah..uno si. Mas grandecito. Que cambió de vereda, entró al parque y se sentó en una de las hamacas. Pero no se movía che. Luego adverti que sacó del bolsillo un celular y empezó con un chat. Estamos fritos, pensé.

Se levantó un poco mas tarde y siguió camino. Para peor cuando se incorporó produjo un milimétrico movimiento que sonó como una cachetada para el ya sopapeado rostro de mi nostalgia. El pibe detuvo la hamaca al levantarse, como quien detiene el mecer de un sillón antes de irse. Pero la gran siete!, en nuestros tiempos abandonábamos las hamacas en el ultimo envión que solía compararse con la fuerza del último motor Jupiter de Wernher Magnus Maximilian Freiherr von Braun, en el mismísimo centro espacial Marshall de la NASA, y nadie, mirá lo que te digo, nadie quedaba a aquietarla de nuevo como si se tratara de un pony.
He pensado ya en reunir a un par de chicos y ponerlos a hamacarse a la hora de la salida. Capaz que de verlos se recupera esa tradición. Pero se también que hay un tiempo en la historia del mundo cuando las tradiciones se transforman en "artesanía prehistorica" y capaz que tal cosa esté sucediendo.

Me aterra recordar el verso de un poemita que escribí en el 98. Se llamaba "sueños fruncidos" y versaba sobre ese momento en el que despertás y producís el estúpido esfuerzo de tratar de dormir de nuevo para reatar un sueño genial. De volver a sentir ese beso que quedó en el tiempo y que por alguna conchuda razón volvió esa noche en el bus onírico al que te trepaste. Pero siempre es en vano, los sueños no tienen "alargue". O como decía ese poema, es como atrapar una mariposa, que " se espolvorea en colores entre tus manos".

Igual es triste. Un parque con hamacas que no suenan. Es una música que deja de tocar el mundo en sus tardecitas, laputamadre.-


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